No se debe dejar de lado formando parte de nuestro folklore las leyendas que muchas de ellas parten de un hecho real, histórico o anecdótico, en la que la imaginación popular les añade una interpretación maravillosa o fantasiosa y naciendo así las leyendas, y entre las más conocidas están: La Llorona, El Cadejos, La Cegua. La Carreta sin Bueyes.
La Llorona
Se cuenta que existió una mujer indígena que tenía un romance con un caballero español, la relación se consumó dando como fruto tres bellos hijos, a los cuales la madre cuidaba de forma devota, convirtiéndolos en su adoración.
Los días seguían corriendo, entre mentiras y sombras, manteniéndose escondidos de los demás para disfrutar de su vinculo, la mujer viendo su familia formada, las necesidades de sus hijos por un Padre de tiempo completo comienza a pedir que la relación sea formalizada, el caballero la esquivaba en cada ocasión, quizás por temor al qué dirán, siendo él un miembro de la sociedad en sus más altos niveles, pensaba mucho en la opinión de los demás y aquel nexo con una indígena podría afectarle demasiado su estatus.
Tras la insistencia de la mujer y la negación del caballero, un tiempo después, el hombre la dejó para casarse con una dama española de alta sociedad. La mujer Indígena al enterarse, dolida por la traición y el engaño, totalmente desesperada, tomó a sus tres hijos, llevándolos a orillas del rio, abrazándolos fuertemente con el profundo amor que les profesaba, los hundió en el hasta ahogarlos. Para después terminar con su propia vida al no poder soportar la culpa de los actos cometidos.
Desde ese día, se escucha el lamento lleno de dolor de la mujer en el río donde esto ocurrió. Hay quienes dicen haberla visto vagando buscando desesperada, con un profundo grito de dolor y lamento que clama por sus hijos.
La culpa no la deja descansar, su lamento se escucha cerca de la plaza mayor, quienes miran a través de sus ventanas ven una mujer vestida enteramente de blanco, delgada, llamando a sus hijos y que se esfuma en el lago de Texcoco.
El Cadejo
Cuentan que el cadejo (cuando hablamos de México, se sobreentiende que es el negro) suele aparecer por las noches, y que delata su presencia por el hedor a putrefacción que mana, y porque cuando está cerca todos los perros en la zona lloran, como si el mismo Diablo estuviese llegando; y es que, según dicen, es tan perverso que devora a todas las crías de los canes, por lo que se recomienda esconder a los cachorros si se sospecha de su cercanía.
Pero si el cadejo negro se acerca, no todo está perdido: hay que caminar con los pies juntos (por más difícil y lento que se nos haga) y, si se acerca, escupir en la palma de nuestra mano y ofrecerle el escupitajo…
En cuanto a su origen, en la costa Chiapaneca se cuenta que entre la gente existen ciertos brujos que, mediante un hechizo, pueden materializarse y tomar la forma de cadejos negros, aprovechando ese estado para cometer fechorías como matar gallinas y otros animales, destruir cosas, aterrorizar, acechar mujeres, entrar a casas y robar (llevándose cosas en la boca), o, sobre todo cuando hay luna llena, deambular por calles oscuras y poco o nada transitadas, esperando entre las sombras a que algún incauto de malos pasos les encuentre y sienta el pánico de ver al colosal perro negro con sus colmillos afilados y sus ojos diabólicos… Según dicen, estos brujos-cadejos solo pueden transformarse a medianoche y bajo una ceiba o pochota (unos tipos de árboles), ya que en la simbología maya el Yaxché (una ceiba) era un puente entre el Cielo, la Tierra, y el Inframundo…
Lo anterior puede sembrar la duda de si todos los cadejos son brujos o sólo algunos, y la respuesta es que la leyenda dice que no todos son brujos, que hay otro tipo de cadejos que también fueron humanos, y hay cadejos que jamás fueron humanos.
Sobre los otros cadejos que fueron humanos, una parte de ellos fueron hijos maldecidos por sus padres, creencia esta que se origina de una historia en que un joven libertino fue maldecido por su padre y se convirtió en un alma en pena con forma de enorme perro negro cubierto de cadenas. También existe la historia de una mujer despechada que hizo un pacto diabólico para obtener una transformación y a partir de esa transformación vengarse de su novio que la engañaba. Veamos la historia de la joven despechada:
Jacinto y Margarita eran una pareja de novios que ya llevaban mucho tiempo juntos; él venía prometiéndole matrimonio desde algún tiempo atrás, pero cierto día desapareció sin decir nada y, cuando mucho después Margarita tuvo noticias suyas, se enteró de que se había casado con otra mujer… Sí, todo ese tiempo le había mentido, nunca la tomó en serio, y eso la llenó de ira y rencor, al punto de que hizo un pacto con el Diablo para que éste la transformase en un cadejo y así ella pudiese darle a Jacinto un tormentoso final…
El pacto entre el Diablo y Margarita funcionó, y ella comenzó a transformarse en cadejo cada noche, saliendo de casa y destrozando a dentelladas a todos los perros que se interponían en su camino; cada noche intentaba entrar a la casa de Jacinto, pero la puerta estaba cerrada y por ello se limitaba a intentar tumbarla y a arañarla. Sin embargo, cierto día Jacinto se reunió con amigos y vecinos para que le ayudasen a darle su merecido al cadejo que siempre iba a buscarlo. Esa noche esperaban a Margarita con palos, piedras, agua bendita y orina. Supieron que venía por el llanto y los ladridos de los perros en los alrededores, y cuando por fin sus embestidas y arañazos se escucharon en la puerta de Jacinto, alguien abrió la puerta, el cadejo entró y todos lo atacaron con una mezcla de miedo y furor, dejándolo al borde de la muerte…
Finalmente, una vez que el cadejo estaba en ese estado, en vez de darle muerte lo ataron a un árbol y lo dejaron colgado, a ver si era uno de esos cadejos-brujos. No obstante, todos se llevaron una gran sorpresa cuando, con el despertar del sol, la luz deshizo la intimidante apariencia del cadejo y entonces allí, agotada y colgada del árbol, estaba la despechada y ahora también humillada Margarita, que no dudó en confesar el pacto que hizo con El Maligno para vengarse del mentiroso de Jacinto…
La Cegua
Hace mas de doscientos años, en un pueblito de Cartago, vivía una mujer muy hermosa, la más linda del pueblo. Bella como una rosa, de curvas pronunciadas, hermosísimos bustos, piernas torneadas y una cara sin igual; sin embargo era la muchacha muy orgullosa y no guardaba la menor consideración por sus padres, a los que con frecuencia humillaba y desobedecía, pues se decía ser muy infeliz de ser pobre.
Cuenta la leyenda que, un día, esta bellísima joven recibió una invitación de un acaudalado y buen mozo español para asistir a un baile, a lo cual su madre se opuso, pues el joven era reconocido por sus atributos de conquistador y poco formal con las muchachas.
Ante la negativa de su mamá, la joven estalló en ira y blasfemó contra ella y llenó de improperios su humilde hogar; su madre la observaba y lloraba en silencio, ante la actitud de su hija, pero a la joven no le bastó con insultar, sino que en un momento dado levanto su mano para abofetearla, pero no había levantado completamente aún su mano, cuando de la nada salio una mano negra, con grandes uñas y sostuvo la mano de la hija ingrata, entonces se escucho una voz estruendosa que dijo:
"Te maldigo mala mujer, por ofender y pretender golpear a quien te dio la vida, desde hoy y para el resto de los siglos los hombres a ti se acercarán pero por tu espantoso rostro de ti correrán"
Así es como desde entonces la cegua se aparece de pronto en el camino pidiendo que a algún jinete la lleve en su caballo, argumentando que va al pueblo mas cercano; “no hay un hombre que se resista a tan hermoso cuerpo y dulce ruego”, pero una vez que sube en ancas al caballo su cara se transforma en la de una horrible bestia similar a la de un caballo relinchando.
La cegua aparece también a aquellos hombres mujeriegos que andan a altas horas de la noche en la calle, ella se les aparece y con su dulzura le hace creer que es una nueva conquista pero en un momento dado muestra su rostro de caballo.
Muchos dicen haber tenido encuentros con la cegua y aún hoy se menciona que en cualquier carretera cuando vayas en tu auto y de noche, has de tener cuidado de quien te haga una parada, pues ella se subirá con todos sus encantos a tu auto, y cuando estés absorto con su belleza se convertirá en lo que es, la cegua.
La Carreta sin Bueyes
LA CARRETA SIN BUEYES Versión A
Vivía en un caserío del antiguo San José, pueblo de carretas, gente sencilla y creyencera; una bruja quien estaba enamorada del más gallardo de los muchachos del pueblo.
El muchacho por su gran apego a su fe cristiana no quería tener nada con ella pero la bruja valiéndose de artificios, lo logró conquistar y así vivir con él mucho tiempo, conviertiéndolo en un ser similar a ella.
Como se puede notar nadie estaba de acuerdo con esta unión, mucho menos el cura del pueblo el cual en sus prédicas denunciaba el hecho, al pasar de los años aquel muchacho, ya mayor, tuvo una enfermedad incurable y pidió a la bruja que si se moría, le dieran los santos oficios en el templo del lugar.
Al solicitarle al sacerdote la última petición de su amado la bruja recibió la negativa debido al pecado arrastrado en su vida.
La bruja dijo por las buenas o por las malas y al morir su hombre, “enyugó” los bueyes a la carreta y puso la caja con el cuerpo muerto, cogió su escoba, su machete y se encaminó al templo.
Los bueyes iban con gran rapidez pero al llegar a la puerta, el sacerdote les dijo “en el nombre de Dios paren”, los animales hicieron caso, más no la bruja la cual blasfemaba contra lo sagrado.
El sacerdote perdonó a los bueyes por haber hecho caso y la bruja, la carreta y el muerto todavía vagan por el mundo, y algunas noches se oyen las ruedas de la carreta pasando por las calles de los pueblos arrastrada por la mano peluda del mismito diablo.
LA CARRETA SIN BUEYES Versión B
Vivía una bruja en una comunidad aledaña a la capital; se encontraba enamorada de un joven muy guapo y elegante, que provenía de una familia adinerada y trabajadora, dedicada a los cultivos de! café, maíz, arroz, frijoles, caña de azúcar y hortalizas.
Ella era una mujer de baja estatura, de tez blanca, regordete y cachetona, de nariz aguilucha, de ojos color miel, pero muy avivatados. Sus atuendos eran algo raros: usaba faldas largas, con trenzas en el pelo, ya que lo tenía muy largo; también se acompañaba de un sombrero de pico y andaba a pies descalzos. En el pueblo la conocían como Epifanía, “la mujer de los perros”, ya que en su casa tenía como una veintena de ellos. Se dice que cuando pasaban por su hogar, éste despedía raros olores.
Epifanía, valiéndose de artificios o hechicerías, logró conquistar al joven apuesto y se lo llevó a vivir con ella. Al tiempo, él terminó siendo similar a la bruja.
Con el pasar de los años aquel joven se transformó en una persona vieja, pero víctima de múltiples enfermedades. Él le solicitó a la bruja de su mujer, que por favor fuera donde el curita de Iglesia a pedirle que, cuando él muriera, le dieran los santos oficios en el templo del lugar.
Encaminóse la bruja Epifanía para hablar con el sacerdote, el cual le dijo que no podía hacerlo por el pecado arrastrado en su vida. La bruja Epifanía dijo: “Por las buenas o por las malas, usted tendrá que recibir a mi amado”.
Pasaron unos pocos días y empeoró la salud de su “amado” hasta llegar su muerte, y Epifanía se prometió a sí misma que ella pasaría a la Iglesia con el cadáver para que se cumpliera el deseo que !e había pedido su amante.
Con el corazón lleno de amargura y sufrimiento, con los ojos inundados de lágrimas, Epifanía enyugó los bueyes y pegó la carreta. Se llevó al cuarto una caja de madera y depósito el cadáver de su amado, lo montó a la carreta, tomó el machete y su escoba, agarró el chuzo y picó a los bueyes, tomando un paso muy rápido, con destino a la Iglesia. Cuando llegaron a las puertas del templo, el sacerdote salió a su encuentro, y les dijo a los bueyes… “En el nombre de Dios, paren”. Los animales hicieron caso, más la bruja Epifanía en su desesperación blasfemó contra lo sagrado.
El sacerdote perdonó a los bueyes por haber hecho caso, mientras que la bruja Epifanía, el ataúd con el cadáver de su hombre y la carreta, vagan por fas calles de nuestros pueblos hasta la eternidad…
Relato realizado por don Pedro Pérez Rodríguez.
LA CARRETA SIN BUEYES Versión C
La época traía sus propios problemas. El nuevo mandatario, con arrestos de estadista, quería dejar marcado su paso innovador. ¿La recompensa? Acatar y seguir sus órdenes, confiando en sus ideas que buscan el bien común.
San José de la Boca del Monte tendría que constituirse -bajo el mando del caudillo – en la ciudad más pujante de la nueva república. Claro es que no podría ser esto posible si sus habitantes continuaban desperdigados por todo el valle. ¡Ese vivir a sus anchas, casi incomunicados entre sus predios por un huraño egoísmo! El decir comodón para justificarse era: “Cada quien en su casa y Dios en la de todos”; y por ese principio tan poco civilizado, alimentaban una libertad enferma, negadora de toda solidaridad y una convivencia fuerte, la vitalidad que requieren los pueblos para ser productivos y amantes del progreso. Esta situación tenía que ser revertida.
Pronto, no sin enseñar su mano conductora y firme, el caudillo comenzó a observar cómo San José de la Boca del Monte enseñaba los primeros brotes organizativos que la conducirían a modernizarse como ciudad. Ya se perfilaba, gracias a la conducción inteligente, paternal e inflexible de un buen conductor de pueblos. Allí, aunque rudimentariamente, el gobierno les ofrecía las bases necesarias para llevar adelante aquel proyecto innovador: Hacer una ciudad. ¿Cómo no caer en la tentación de adquirir lo necesario para hacer más agradable la vida? Aquellos primeros pobladores montaraces, acostumbrados a luchar con la adversidad de una colonia descuidada del Reino de Guatemala, comenzaban a sentir el calor humano necesario para renunciar a un aislamiento comodón, que les dificultaba la vida.
Una mañana esplendorosa, en Cabildo Abierto, los vecinos decidieron bajar del monte por unanimidad, para acatar las órdenes del caudillo. No era cosa de desairar las ordenanzas y proclamas del gobernante.
Se comenzó por repartir la tierra del asentamiento, en cuadrantes de una manzana de extensión para asentar a cuatro familias.
De inmediato, todas ellas iniciaron la “fiesta del barro” para construir sus buenas y espaciosas casas de adobes. Aquel embrión de ciudad hervía de entusiasmo y laboriosidad: unos cortando y jalando la madera de la montaña cercana, otros con sus bestias batiendo el barro, los más ingeniosos, fabricando las tejas que moldearían en sus piernas. ¿Qué decir de los hornos que fabricaron para el uso en común y de la febril actividad desplegada por sus mujeres? Que lo hacían alborozadas: algunas picando el zacate para la mezcla del barro. otras cortando el “chagüite” para dar de comer al ganado, y otras más especializadas, haciendo el pan y el “bizcocho” para todos.
En menos de un año. aquellos labriegos ya estaban disfrutando de una buena casa con galerón de ordeño, troje y galpón para guardar aperos de labranza y una porción importante de terreno donde sembrar y cosechar las legumbres para el gasto familiar La holgura de que habían gozado, ahora la tenian también, pero en forma más organizada en comunidad.
Aconteció que, ya agrupados como pueblo, la naturaleza al parecer quiso ponerlos a prueba. Noticias venidas de la zona norte del país causaban la alarma natural, anunciando la peste del colera.
Cundió la alarma en el pueblo: Juancho Pacheco, casa a casa, convocaba a los vecinos para reunirse en casa de Eduviges Brenes esa misma noche.
Como era de esperarse, Juan de Dios, conocido como “Juancho”, activo y buen hablador, dio muestra de una elocuencia encendida; que para motivarlos fue suficiente:
– Vean, compañeros, yo no sabía que’l cólera… ese mal que acabó con tantas gentes en la guerra del cincuenta y seis, que es que se produce por la cochinada. Y esto me lo acaba de palabrear el dautor Gómez anticosd’irsepa’l norte llamado por el gobierno. Y no es cuento, el sabe muncho d’ esto; idiay: Si viene de una universidá de “las europas”. ¿Saben de quién es hijo? De don Paco Gómez, que por cierto está aquí con nosotros. Quiero pedile a don Paco, que sabe más de este asunto que yo, que tome la palabra para que les cuente lo que dice el dautor. ¡Como él no se encuentra aquí! Parece que lo mandaron allá por la Lajuela, que esta la cosa bien jodida, y ya hay muchos muertos. ¡Lo que’s saber, veda! ¡Y nosotros tan mansitos, tan inorantes sin priocupanos por nada y con el “mierderío” casi metió en las casa! Mejor que nos hable don Paco. Él sabe más que yo d’esto.
– Buenas noches y muchas gracias por estar todos reunidos esta noche, y muchas gracias a Juancho que se priocupó por haceles el llamado. ¡Carambas! Y es que no es para menos. Conversando con m’hijo, me esplicaba para que hagamos algo, que eso de estar como almacenando el “mierderio” en esos escusados de hueco, nos tiene como quien dice amenazados con enfermedades terribles. Disque entonces dice m’hijo que por tener esa forma cochina de vivir es que tenemos tantos chacalines muertos por diarreas y colerines. Pero que si no nos libramos de esa cantidad de excrementos que tenemos en nuestras casas, el cólera puede aparecer d’iun pronto a otro, y no va quedar cristiano vivo para que cuente el cuento. Además que tenemos que tener agua potable pa’ lávanos las manos, y es que dice que nosotros todo lo comemos con caca, por falta de higiene. Que tenemos que hacer algo o si no la epidemia nos va a castigar. Vieran… Dice m’hijo que por cochinos y faltos de aseo, y lo dice en broma. somos unos “comemierdas”. Claro, él me lo viene diciendo desde hace mucho, pero ni caso l’iago, sólo que ahora con la cantidad de muertos que el cólera hizo en Perú, ya se me metieron las cabras. Es por esto que les voy a pedir a todos que hagamos algo, pero ya.
– ¿Y qué podemos hacer aquí? – dijo don Eduviges,
– Reunilos con el dautor. – sugirió Juancho. Si me encargan a yo y hacen lo que él me diga… voy.
– “¡Te acuerpamos!” Dijeron todos al unísono, y se levantó la sesión.
– Al día siguiente Juancho, muy de mañanita, se fue a buscar al doctor Gómez, el cual lo recibió muy amable y entrador.
– Dautor: Vengo pa’que me ayude a convencer a estos entumios del pueblo pa’que suelten. Ellos dicen que aceitan lo qu’iusté mande. Y ya usté sabe la manera de losotros… ¡cochinitos! ¡cochinitos!
-Es buena la idea. Precisamente una de las actividades debe comenzar por la educación, pero para eso debe organizarse un Comité de Vecinos, para que se encargue de la higiene del pueblo.
– Mira, Juancho, para hacer mas democrático el nombramiento, le nombro desde ahora Presidente del Comité. Búscate a otros compañeros y yo te daré las instrucciones de lo que hay que hacer. ¿Estamos? ¡Bueno! No hay tiempo que perder. La peste avanza, pero la tubería del gobierno ya está por llegar y hay que instalarla. El agua, que es primordial para la salud, la traeremos del ojo de agua de la Ortigia. La tubería es obsequio del gobierno, pero nosotros tenemos que poner la mano de obra. Pero olvidaba decirte, tenemos que vaciar todas las letrinas del pueblo inmediatamente.
– ¿Y quién créusté que pueda hacer esa chamba, dautor?
No lo sé, para eso te he encargado a vos. Tenes que encontrar a esa persona.
– Terminada la conversación, Juan de Dios no perdió su tiempo, y como Presidente del Comité de Sanidad de San José de la Boca del Monte, se dedicó con ahínco encomiable a formar el comité, en el cual tuvo enorme éxito. Barajando nombres de la comunidad, alguien mencionó a la familia Cubillo, formada por doña Consuelo Ortiz y su marido don Concepción Cubillo, cuyos hijos varones estaban en los dieciocho años el menor, veinte y veintiuno los mayores.
– Explicóles Juancho del trabajillo tan necesario para el pueblo. Y Daniel, el mayor de todos, dijo:
– ¿Y cómo cree que podemos hacer esa trabajada, Juancho?
– ¡Huuuuu! ¡Eso es pura cajeta! Mira, le ponés un sobre-cajón a una carreta y te caben seis barriles bien cómodos. Con un balde y un mecate encomenzas a sacar el “mierderío” y lo vacias en los barriles. Luego, como ustedes no quieren que los vean, se ponen unos vestidos negros que les cubran hasta la cabeza, y así, entre dos, jalan la carreta hasta el río Virilla pa’vaciala, y asunto arreglado. Como ya el caserío tiene doscientas casas, con diez que vacén por noche, cad’uno de ustedes va’ser tamaño poquillo de gurbia.
– Por ahí la cosa parece güena, -dijo Miguel-, Pero ¿el embarrijo y la pestilencia? A yo se me descompone la panza.
– A yo también – dijo el menorcillo.
– ¿Y qué tal si les damos una botella de cususa a cad’uno. pa’que se forren bien?
– Ansina suena la cosa sabes. Pero ¿y la vergüenza de andar calle arriba y calle abajo con esa cochinada? ¿Qué van a decinos las muchachas si nos ven?
– Eso se arregla fácil – los convenció Juancho. Si encomienzan la jalada pa’endespués de las diez de la noche, cuando todos están dormidos, naditica los va’ispiar, ni siquiera onde vayan a sacala. Además, ese secreto yo lo guardaré pa’siemprepa’que “naide” lo sepa
– Así estamos claros -dijo convencido Miguel, – pero ios parranderos que andan alzados y jumiticos nos podrían ispiar… ¿No crén?
– Eso déjemelon a mi cuenta. Yo sé como arreglar esa marucha – los tranquilizó Juancho.
Y hubo convocatoria al pueblo en la plaza del lugar, firmada por el doctor Gómez y el Comité de Vecinos presidido por Juan de Dios Solano y los hermanos Cubillos, apoyados por Don Eduviges Brenes, que les asesoraba para la cañería. En esa reunión, el galeno les hizo recomendaciones, haciéndolos recapacitar sobre la importancia de una mayor comprensión de los problemas sanitarios. Su discurso provocó una gran ovación, y al momento estaban largas filas apuntándose como voluntarios para la cañería. Además, ofrecieron pagar un estipendio generoso por la vaciada de los tanques sépticos.
El trabajo de los incógnitos pronto se dio a conocer. El vacíamente de los tanques llenó de júbilo a los beneficiados, sólo que, coincidentemente, la población se sobrecogió de espanto. Si bien era cierto que aquellas piadosas personas estaban siempre en buenas relaciones con Dios (según el decir) y con la Iglesia, que era otro decir, comenzaron a darse ciertas situaciones misteriosas. Después de que el farolero apagaba los candiles, aquellas calles quedaban desoladas y con una oscuridad untuosa, fantasmal, que mantenía en vilo a todos los moradores. Y a la par del espeluzno de ciertos sustos y fantasmas también, para que la cosa fuera más completa, comenzaron a desaparecerse las gallinas, los nidos eran saqueados, el maíz de las trojes, y hasta uno que otro cerdito encebado. Y para sorpresa mayor, muchas de las niñas virtuosas del pueblo aparecieron preñadas, y no faltó quien alegara aquello como obra del Espíritu Santo. ¡Vaya blasfemia! -decían las beatas intrigadas y poniendo las barbas en remojo.. Para completar el cuadro de tan peculiar suceso, los pocos audaces que se atrevían a echarse una cana al aire regresando tarde a sus hogares aparecían al amanecer, entumidos, sin habla y con la vista perdida. Cuando volvían en sí, afirmaban haber visto una carreta sin bueyes que los dejó horrorizados. Tanto se repitió la historia que llegó a figurar entre otras tantas apariciones y consejas con que el pueblo entretenía sus veladas y rezos. Claro es que todos los moradores eran testigos de aquel deambular de la carreta, pues la oían pasar todas las noches con el sobrecogimiento natural que produce una creencia arraigada. Nadie había dejado de oír el clac, clac de su bocina de bronce
“Sí”, dijo el abuelo después de oír esta versión de la Carreta sin Bueyes. Mi abuelo me llegó a platicar sobre esta historia y me contó algo más. Los Cubillos llegaron a ser los mandamás del pueblo y tuvieron la delicadeza de reconocer todos los chacalines que nacieron en aquellos aciagos días del cólera, y que no fueron pocos. Mi abuelo decía que sumaban más de cien, y ni para qué decir que en los primeros cien años, los dos tercios de la población eran Cubillos. ¿Qué les parece?
Relato realizado por: Florentino Rojas